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Por si fuera poco, llegaron las langostas….

Publicado por el 31 de marzo del 2021 a las 8:10

Es una mañana más como otras en el centro de Mekelle. Desde la ventana se percibe un especial ajetreo de coches y personas. En los pasillos del edificio de REST, la ONG local con la que colaboramos, este ajetreo se hace patente cuando empiezo a escuchar cómo se van cerrando puertas de los despachos contiguos al mío. No entiendo qué pasa. Enseguida llega a la puerta de mi oficina Dawit, el responsable de proyectos de REST. Con una sola palabra me deja  claro cuál es el motivo de tanta agitación: las langostas. Me hace un gesto y después de apagar el ordenador y coger mis cosas, salgo a la calle con él.

Hacía unos días me había explicado que este año, al igual que el año pasado, Etiopía se estaba viendo asolada por una plaga de langostas del desierto, una especie muy voraz, que es capaz de arruinar cosechas enteras en cuestión de horas, con todo lo que ello conlleva para las poblaciones locales. A pesar de estar en medio de la pandemia de COVID-19, la amenaza de las langostas hace que el peligro del virus se vuelva secundario y obligue a la gente a priorizar la seguridad alimentaria a la seguridad sanitaria.

Ya en la calle, veo como autobuses, furgonetas y coches van llenándose y salen todos en la misma dirección. Esperamos a que llegue el coche de  REST  y con el coche lleno y después de comprar un kilo de plátanos y botellas de agua, lo que a la postre será la comida del día, nos dirigimos al mismo lugar que apunta la caravana de vehículos que se está formando.

Enfilamos la carretera del aeropuerto, se trata de una zona a unos 13 km al sur de Mekelle. Por el camino se ve un paisaje eminentemente agrícola, situado en una meseta surcada por pequeñas colinas a los lados. Llama la atención los molinos eólicos salpicados entre los colores amarillos y verdes de los diferentes campos de cultivo.

Cuando el coche se para y bajamos, decenas de personas ya están desperdigadas por los campos y siguen llegando autobuses y coches particulares, incluso camiones con militares, que ocupan el mayor espacio posible en la llanura.

Nada más bajar del coche me hacen entrega de un silbato y me indican que debo empezar a silbar fuerte y moverme hacia una zona de campos de trigo, es en ese momento cuando soy consciente de la amenaza que suponen las langostas. Hasta el momento, sólo había visto en el suelo alguna que otra, no más de alguna centena, pero al alzar la vista, veo atónito los millones de langostas sobrevolando mi cabeza. Pasan rápidas, sin detenerse, ayudadas por el viento que las mueve de sur a norte. Pero no sólo son las que pasan por encima de nuestras cabezas, sino las nubes marrones que se observan a lo lejos; parecen auténticas nubes de polvo, pero en realidad son millones de langostas que se acercan a toda velocidad hacia nosotros.

La situación, la verdad es que no pinta muy halagüeña, ¿qué pueden hacer cientos de personas armadas con silbatos, botellas llenas de piedras, bocinas de coche y ramas, contra semejante ejército de millones de pequeñas individuas.

A pesar de tener pocas posibilidades de éxito, es admirable como todas las personas que hasta allí se han desplazado, entienden lo crucial de no darse por vencidas y no paran de agitarse, moverse, hacer ruido, en definitiva, no dejar que estas enormes nubes de langostas lleguen a posarse sobre sus campos.

Observando a  la gente que estamos allí, resulta una buena foto de lo que es una sociedad bastante unida. Veo familias agricultoras al completo, funcionarios y funcionarias de las administraciones, militares, policías, gente de empresas privadas que me comentan que estar allí es su obligación con la gente del campo; es decir, un sinfín de gente anónima, que de una u otra manera se las ha apañado para llegar hasta esta zona y contribuir con su pequeño granito de arena. Uno de los policías que al verme pasar me grita; “ ¿ves  esto? ¡Este es el pueblo de Tigray unido!”

Para todas las personas que estamos allí congregadas la lucha no para, por momentos el ruido es ensordecedor y las langostas siguen volando en enjambres de millones, por encima de nuestras cabezas, dirección norte. Las que llegan a posarse en los campos son de nuevo espantadas y en menor medida aplastadas o embestidas, por los coches, que se mueven de un lado a otro, por los diferentes caminos pecuarios. Como me dicen, el objetivo es contener estos enjambres y empujarlos hacia el norte, para que puedan ser fumigados en zonas sin campos cultivados o con una menor densidad.

Bien entrada la tarde, han pasado por encima de nuestras cabezas miles de millones de langostas y viendo que no se acercan nuevos grupos, toca volver a Mekelle.  Es entonces cuando empiezo a ver a la gente con un gesto de satisfacción en la cara, como de saber que han contribuido en la defensa de su comunidad.

Aunque el trabajo es arduo y quedan todavía semanas de intensa lucha contra esta plaga que no tiene piedad con nada, ver cómo la gente se comporta de una manera tan solidaria y altruista,  me demuestra una vez más que juntas y juntos, en comunidad, se pueden lograr metas importantes para un desarrollo justo y equilibrado.

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